sábado, 29 de noviembre de 2008

Mañana en el ayer.


Me despertó el tañer de las campanas, ¿dónde estoy? me pregunté antes de abrir los ojos y descubrir el techo atravezado con vigas de madera. No, pensé, no es la misma habitación, hay demasiada luz colandose por la ventana. El cuarto de mi infancia tambien era tan alto como el de ésta habitación y las campanas se escuchaban llamando a misa de 7 de la mañana, justo como ahora escuchaba, pero las puertas de madera no permitían el paso de la luz. Una campanada larga y solitaria seguida de otras mas cortas. Me acurruqué volviendo a mis recuerdos esperando escuchar la segunda llamando a misa. Recree las dos camas que solía haber en mi cuarto, mi cama y la de mi abuela. Vi claramente la mesita de noche que, por no haber espacio, estaba colocada a los pies de mi cama. Sobre ella estaban varias imágenes de santos y una de la Virgen de Talpa. Junto a ella había figuritas hechas de chicle de Talpa que traían los peregrinos como recuerdo y el cual no importando cuan recién hecho estuviera, sabía a viejo, sin ninguna textura chiclosa, sabía a chicle de Talpa, ni a la fresa esperada que buscabas cuando te comias una de las florecitas rosas de alguna de las canastitas.

El cajoncito de la mesa de noche contenía los misales de mi abuela, algunos de ellos los conservo aún y me transportan a aquel obscuro cuarto con las paredes llenas de fotos. Sobresalía la foto de un niño vestido de traje y corbata con una vela en su mano y un listón en su antebrazo tomada el día de su primera comunión, era un ahijado de mi abuela a quien una bala perdida le había quitado la vida, me daba una curiosidad saber si la bala había sido disparada durante la cristeada, porque tambien sobre mi cama había otra foto con unos señores empistolados y una leyenda "Viva Cristo Rey" decía. Esa parte sí me la habían contado en Nayarit. Aunque cuando mi Tío Ramiro salía al corral a dispararle a botellas vacías, mi abuela y mi Nina Concha gritaban aterrorizadas llamandome "Peque, Peque ven acá", siempre me recordaban al niño de la foto, por eso tal vez nunca me dejaron disparar un arma.

Para la tercera llamada a misa, ya había recordado la mesita de noche de mi abuela, una charola de una cervecería con una modelo vestida con sobrero de charro. En esa mesita colocaba mi abuela cada noche una botellita de alcohol para los vahídos, una latita de pomada de
La Campana, un frasco de Vick vaporub, que era bueno para todo y el vasito de agua que me pedía noche a noche. Yo iba a traerlo descalza, subiendome a las sillas para prender y apagar las luces de los focos que pendian del techo en la cocina, el cuarto del perico y el pasillo oyendo las recriminaciones de mi abuela "ponte los zapatos, se te van a hacer los pies de india, muchacha!" Sobre la silla de madera y mimbre a los pies de la cama de mi abuela se encontraban sus chales que tarde a tarde me enviaban a buscar antes de salir a sentarnos en la banqueta y recibir los saludos de "buenas tardes, Doña Herminia" de todas y cada uno de las personas que pasaban frente a la casa. Todas las tardes sacabamos y metiamos las sillas que estaban en el recibidor para regresarlas a su lugar antes de las ocho de la noche, hora en que rezabamos a las benditas ánimas del purgatorio, antes de escuchar la radionovela "Chucho el Roto".

Durante ésa media hora que pasé en la cama esperando escuchar de nuevo las campanadas en la habitación de paredes de piedra con techos envigado en el hotel conservado en el centro de Morelia que supongo alguna vez fué una casa como la de mi infancia en Nayarit recorrí de nuevo mi casa y mi vida en el pueblo que tanto añoro. La vida con mi abuela, mis tíos, mis amigos. La plaza con sus bancas, jugar a la roña, pararme en el centro del kiosko y gritar con todas las fuerzas para escuchar el eco regresandome el grito. Quisiera que el eco tambien pudiera regresarme ahora ahí, regresarmelo todo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué rico viaje, gracias.