miércoles, 11 de marzo de 2009

El angel

Ana y Gabriel llegaron a casa con la niña en los brazos. Queriendo protegerla de todo. Sentían que al llevarla a casa la tendrían finalmente a salvo. Nada podría pasar, ahí estarían ellos para burlar a la muerte de ser necesario. La esconderían ahí, en casa, entre sus brazos para que no llegara ésta a arrebatárselas.

En la casa reinaba el silencio. La familia y amigos aún no sabían si llamar o visitar a la bebé. Temían decir las palabras equivocadas. ¿Qué tal si el decir felicidades no era correcto? ¿Cómo poder felicitarles por tener una hija así? Considerando el camino que tienen frente a si de trabajo y entrega a su hijo especial. A todos le resultaba difícil el sentir la misma alegría que cuando nace un niño normal, ¿Qué no escuchamos siempre, con que nazca bien me conformo, no importa lo que sea?

Por fin estas en casa, mi niña, este es el cuarto que hemos preparado para ti. Tus hermanos vendrán pronto a saludarte, ya quieren conocerte. ¿Tienes hambre? Veamos, ¿hace cuánto que comiste? Uff, si ya pasaron casi tres horas. Vamos a ver, te daré leche, pero promete que vas a llorar un poquito, anda despierta, ¡vamos haz un esfuerzo! Muy bien, ya está, ahora papá te abrazará un poco para que te duermas.

Ana, con el pretexto de lavar las jeringas con las que alimentó a la niña, va a refugiarse a la cocina. Ahí, en ese momento de soledad, llora y no por primera vez, tal vez no ha dejado de llorar interiormente desde el momento que vio a la niña en la incubadora. Casi inerte, tan blanca como las mismas sábanas sobre las que yacía, con aquellas manitas huesudas y transparentes que en un instante, de alguna manera milagrosa, se aferraron al dedo meñique de Ana quien había introducido su mano por una de las aberturas de la incubadora.

El padre toma a la niña entre sus brazos con una evidente preocupación. Con el primero de sus hijos había perdido el miedo a cargar a los bebes e incluso a bañarlos, pero ella era diferente…
Es tan pequeña, tan frágil, ni siquiera puede llorar. ¿Cuánto tiempo resistirá? ¿Qué haremos con ella? ¿Cómo vamos a alimentarla? –piensa el padre al abrazarla. ¿Y si nos quedamos dormidos por la noche y la niña se muere de hambre porque no escuchamos su llanto tan débil? Ya se, pondremos el despertador para asegurarnos de darle de comer cuando es debido.

Conforme avanzan los meses la niña va creciendo lentamente. En los padres empieza a surgir la desesperanza, la duda… la culpa. ¿Por qué tuve que tomar los antidepresivos? ¿Será un castigo por haber insistido en tener una hija? Si ya teníamos a los varoncitos, ahora ellos son los que también sufren por la exagerada atención hacia su hermana. ¿Será que habrá heredado esto de mi o de Ana?
La tensión aumenta en casa año tras año. Ana y Gabriel no logran ponerse de acuerdo en como tratar a Sofía. Gabriel piensa que todo pasará, todo son exageraciones de Ana, su excesiva preocupación, que mas da que no avance en la escuela, que no logre hablar bien, que no pueda soplarle a las velitas de su pastel de cumpleaños. Cuando mira los tiernos ojos almendrados de Sofía, su hermosa carita redonda, la manera que tiene de siempre salirse con la suya, no hay nada que pueda negarle, la quiere tal como es, ¿para qué forzarla con las interminables terapias?

Ana por su parte se sume lentamente en una depresión que le arranca las ganas de seguir tratando. Siente que va perdiendo la batalla ante ese abominable ser en el que se ha convertido la enfermedad de su hija. Esa enfermedad ha tomado vida propia, es algo contra lo que tiene que luchar despiadadamente.

El observar las miradas dubitativas de las decenas de médicos a los que habían acudido y de los cuales ninguno sabía lo que provoca los síntomas de la niña, poco a poco va minando la certeza encontrar un tratamiento que por fin cure a la niña. Pero a pesar de todo siguen buscando frenéticamente una cura.

El cliché que ahora oyen a menudo de pero si es un ángel que Dios les ha enviado, les retumba en los oídos y en el corazón, ¿debiéramos acaso sentir alivio por tener un angel así? piensan Gabriel y Ana sin poder decirlo, ni siquiera el uno al otro.

Hay otro tipo de ángeles por supuesto. Como Nydia, aquella compañerita de Sofía quien guardó en un closet un trozo de chorizo durante varias semanas hasta que éste se descompuso. Entonces preparó unos tacos con chorizo que ofreció a Sofía durante el recreo a sabiendas de que ella no se resistiría a comerlos pese a que Nydia molestaba constantemente a Sofía frente a sus compañeros llamándola gordinflona, panzona y estúpida. Nydia había visto a Sofía tomar alimentos de la basura y comérselos creyendo que nadie la observaba. Pensaba que Sofía era una asquerosa tragona.

Debido a la intoxicación por comer los tacos Sofía fue a dar al hospital. Ana regresó a la escuela para pedir castigo para Nydia, cosa que nunca sucedió.
Después de abandonar el hospital, Sofía no volvió al colegio. Eran ya tantas las escuelas a las que había acudido, a las que Ana había rogado por una oportunidad para su hija hasta que se dio por vencida. Sofía permanecería en casa, ahí estaría segura aunque no terminara la primaria.


Nos aseguran que su enfermedad es incurable, que lo único que tenemos que hacer es mantener a Sofía alejada de la comida, darle terapias, pero eso es imposible, Sofía es muy floja, no quiere, y yo, yo no puedo mas. Me cuesta trabajo manejar ya, tengo los nervios destrozados, no puedo estar llevándola con tantos terapeutas, psicólogos y nutriólogos. ¡Como si fuera tan fácil negarle la comida! Ayer que la lleve al parque se me acercó una fulana y me dijo que ella podía darme algo para ayudar a la niña a bajar de peso, ¿qué sabe ella de la enfermedad de Sofía? ¿Cómo pudo atreverse a decirme eso? Además, los niños también van a querer que los lleve a prácticas de futbol, al karate o quién sabe a qué otra cosa que se les ocurra. Mejor nos quedamos todos en casa y ya está.

No te preocupes, asegura Gabriel, en cuanto le entre la pretensión va a bajar de peso, ya verás, el novio la va hacer cambiar y entonces dejará de pensar en la comida.

Voy a llevarla con el médico que me recomendó Laura, dice que ha curado a personas que tienen cáncer. Ella conoce a alguien a quien el doctor curó. Dicen que es muy estudioso y que tiene métodos para hacer que los cromosomas se recuperen y si es así, todo éste infierno quedará atrás, ella podrá vivir una vida normal. Entonces ya no tendremos problemas, dejaré por fin los antidepresivos y los somníferos, tendremos ya a la hija que siempre soñamos, la que me acompañaría a todas partes y compartiría mis cosméticos, la que te recibiría corriendo hacia ti gritando, ¡Papá, papá! cuando volvieras de la oficina.

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