martes, 8 de enero de 2008

Peñasco en diciembre

Lo primero que llamaba la atención del paisaje era lo azul del cielo, completamente limpio, sin ninguna nube visible. Los rayos del sol caían directamente sobre la arena obligando a entrecerrar lo ojos. A lo lejos una gaviota se dejaba llevar por el viento. El ave se deslizaba moviendo levemente sus alas, sin pelear contra la corriente tan fuerte del aire. Iba y venía , adelantandose un poco y luego retrocediendo, completamente a merced de la corriente. Mas abajo, en el patio de una de las casas, el viento hacia remolinos con la arena que se había depositado en el piso durante la noche. Dejaba rastros de arena que lentamente cambiaban conforme se depositaba mas arena movida por la corriente. El único sonido perceptible era el del fuerte viento al chocar contra un letrero de que pendía de una cerca o contra el rompevientos y mis oidos. Era un momento de absoluta paz, a pesar de la fuerza del viento y el frío que se colaba entre la ropa. Entonces se puede sentir tranquilidad en medio del ventarrón, en medio de la vorágine de sentimientos encontrados, alegría, coraje, displicencia, gritos y silencios. Bien, para eso puede servir ir a la playa en un gélido diciembre.

1 comentario:

Queen Marie dijo...

Hay momentos irrepetibles. Lo difícil es tener la sabiduría primero para reconocerlos y segundo para disfrutarlos.

Me llevaste y trajiste.

Gracias y un abrazo..